TROZUCOS
“Trozucos” de mi corazón cántabro y mis sentimientos descansan en este libro. Es una difícil aventura y equilibrio entre lo que fue o pudo haber sido. En mi querida “tierruca” y acompañado por mi bisabuelo Don José del Valle y su hija Defina Matilde he caminado feliz y he podido cumplir mi sueño.
Abuela, contigo al lado y con la fantasía de mi pluma, he descubierto que el horizonte tiene esquinas, que los árboles crecen en el aire, que el agua también puede arder y que los ruidos se acompañan de silencios. Sin duda fuiste una gran persona adelantada a tu tiempo y desconocida entonces, que me abandonó cuando yo tenía solo doce años. He notado tu presencia y tu voz, he subido y bajado la escalera de Casa Valle con tus hermanas, y durante treinta meses me he sentido guiado y alimentado por tu manuscrito. El pasado nunca muere cuando se mantiene en el recuerdo. Ahora sólo quiero decirte que me has enseñado mucho, que desde tu palabra escrita, has dirigido mi mano y me has ayudado como homenaje a mis antepasados a crear esta pequeña historia familiar.
Ahora, que se cierra una etapa en la que sin duda, nuestra casa volverá a recuperar el esplendor de lo que fue, tengo la conciencia tranquila, y me objetivo está cubierto. ¿Has visto lo cabezota que soy? En esto sin duda me parezco a tí.
Yo no digo nunca adiós al pasado, pues lo llevo muy dentro en el corazón, pero estoy muy tranquilo, he cerrado como diría mi madre, una ventana en mi vida, y ahora abro otra, para que el aire fresco inunde mi vida.
He buscado abstraerme de la realidad, cerrar los ojos y surcar el cielo. Como el pájaro encuentra la libertad, esa ha sido mi única ilusión, mi único sueño: ¡Volar!
UN TIEMPO no tan LEJANO
“Trozucos” es el punto de unión entre dos vidas entrelazadas de abuela/nieto, que adquiere un significado vital. No es fruto de una casualidad, es una historia continua que nace en 1885 y llega hasta nuestros días.
Es la vida en la España de finales del siglo XIX, en un país lleno de prejuicios, en la que la figura de la mujer era casi irrelevante, personas como mi abuela rompieron su voz para conseguir con su comportamiento avanzar en una sociedad mojigata y machista. Sus logros fueron la punta de lanza que permitió con pequeños pasos eliminar “tabús” y situaciones ancestrales. Quiero pensar en sus dificultades de aquellos tiempos, y la vida a la que ella tuvo que enfrentarse en su casa y dentro de su familia en Cantabria. Supongo que aparte de sus circunstancias, que no fueron fáciles, utilizó su buena cabeza para dirigir el barco familiar, y servir de ejemplo para todos los que vinimos después.
Yo aparezco en 1955, y me incorporo al mundo, en un momento de desarrollo económico en una tierra que después de una guerra y posguerra, quería salir del retraso y ostracismo. Tengo el sentimiento que soy de esa generación que no regresará nunca, que creció con los zapatos llenos de polvo, las rodillas raspadas y el corazón apurado, no para mirar una pantalla, sino para terminar la merienda y salir corriendo a la calle, donde lo único importante era un balón y unos amigos.
Volvía caminando del colegio, hablando en voz alta o soñando en silencio, con la mente ya en el próximo juego, en la siguiente aventura, entre un agujero en la arena y un secreto susurrado tras una esquina. Un palo podía ser una espada, un charco se volvía un mar por conquistar. Mis tesoros eran canicas, cromos, barquitos de papel. Y el cielo, mi único límite.
No existían copias de seguridad, solo recuerdos en la mente y en los carretes fotográficos. Las fotos se tocaban, se olían, se guardaban en cajones junto a cartas escritas a mano, postales de los abuelos, y dibujos de colores que mis padres guardaban como joyas.
Llamaba “mamá” a quien curaba mis fiebres y velaba mis sueños, y “papá” a quien me enseñó a nadar y dar patadas a un balón. No necesitaba nada más. Por las noches, bajo las mantas, hablaba bajito con mi hermano en la cama de al lado, riendo por tonterías, con miedo de que algún adulto escuchara y apagara ese pequeño mundo de complicidad infantil.
Esa generación ha ido desapareciendo, poco a poco, como una fotografía que pierde color, pero que nadie quiere tirar. Pero yo no olvido, fui educado en ella y estoy contento de lo que aprendí.
Camino hoy en silencio, llevando en una maleta invisible: el eco de las risas en la calle, el olor del pan recién hecho, las carreras sin sentido y esa libertad que no conocía notificaciones.
Fui niño cuando aún se podía serlo. Y tal vez, esa es ahora mi mayor fortuna.
Y hoy recojo este magnifico legado, y lo hago mío, como un reto, un compromiso, un sueño.
ORIGEN: El porqué de una idea
Muchas vueltas di y me marcó el camino, cuando cayeron en mis manos los manuscritos de mi abuela Delfina Matilde escritos a partir de 1931 y terminados en 1964, en los que narra su vida. Nacida en 1885 y fallecida en 1967.Todo mi relato se mueve entre lo que fue o pudo haber sido.
Escribe su historia en tres “libritos”
Son más de 500 cuartillas escritas a pluma, donde recoge por capítulos todo el recorrido de su vida. No hay ninguna tachadura, y con una letra clara y precisa, traslada toda su sensibilidad y sentimiento. Emociona su lectura, y te lleva a su tiempo de una forma tan sencilla, que te hace compartir sus vivencias. Debo reconocer que me ha provocado alguna que otra lágrima. Ella escribe como bálsamo de su dolor por el fallecimiento de su hijo Enrique, y lo dirige al resto de sus hijos. Hay un antes y un después en su vida desde ese 21 de enero de 1931 y aquí quiero recoger un muy bonito e impresionante testimonio de dolor que refiere nuestra bisabuela Matilde sobre su nieto:
¡¡Volvieron las grandes penas!
Tú sabes muy bien, Señor, cuán triste mi vida ha sido.
Me llevaste a mi marido (tan bueno), me llevaste tres hijitas (tan santas). Y a mis hermanos queridos.
Luego me enviaste un nietecito. Que era todo mi encanto.
Por su clara inteligencia. Por su carácter noble y franco.
Él mitigó mis penas. Él era mi ilusión.
¡¡Cuanto, cuanto yo te quería!! “Boy” de mi corazón.
Pero…un día Señor. Dispusiste que también.
De este mundo se fuera. Mi querido Benjamín.
¡¡Volvieron las grandes penas, y el trístisimo vivir!!
Bajo la cabeza resignada, siempre tu voluntad
Día aciago, 21 de enero de 1931